Detrás de la espesura se hallaba la más alta de las torres de su palacio, presumía de hermosura y grandeza frente a un bosque de abetos centenarios, viejos y sabios como pocos, que habían visto crecer su reino desde antes de su nacimiento. En palacio ella era la princesa, ese castillo representaba todos sus sueños inalcanzables, e aquí su grandeza y preciosidad, comparables también con nuestra dama.
Cada día, al anochecer, ella volvía al palacio a revisar sus pensamientos, a recordar todos sus momentos, a pensar en planes futuros y a saltar por la ventana y volar planeando todo su reino fantástica relleno de color, vida y esperanza. Entonces lo más bello se convertía en algo aún mejor, en algo que solo podía ser visible allí, en sus sueños.
A la mañana siguiente, ella despertaba otra vez en su casa a las afueras de París, regresaba a su rutina acompañada de su sentimiento de absurdidad y esa esperanza vana de saltar por la ventana y salir a volar. El río regresaba a su cauce habitual otra mañana más, y con el fin de otro sueño de princesas empezaba de nuevo la vida real.
SDLP