Dejaré que sea la Ginebra quien te cuente, de mi boca, todo
aquello que soy incapaz de decirte.
Que sea ella, transparente como tú, quien te diga que no sé
dejar de sonreír cuando escucho tu vocecita de fondo, allí, al otro lado de una
mesa gigante, en una sala repleta de locos como nosotros.
Que sea su mezcla perfecta, la siempre amarga tónica, como
tú, quien te diga que lo siente por perseguirte entre sueños, quimeras y
somnolencias, quien adopte la postura de culpable por no entender ese primer
‘no’ camuflado entre vientos cálidos para no ser tajante como el frío invierno.
Que sea el pequeño toque ácido de las trazas de limón, como
nosotros, quien te cuente con más o menos gracia que dentro de mí siempre hubo
esa ‘ácida’ esperanza de cambio.
Finalmente, que sea el hielo, frío, como nuestras
decisiones, quien congele allá donde sea este tenso momento, este impasse entre
el bajar la cabeza al verte por vergüenza y levantarla para saludarte de nuevo, habiéndolo dejado todo atrás.
Que sea, pues, este gran combinado de mil variantes, quien
te diga que lo siento, que siento haberme fijado en ti, pero que aún siento más
que tú no te hayas fijado en mí.
SDLP